Contra la depredación del planeta y de la vida
Anarcosindicalismo para cambiarlo todo
El “sálvese quien pueda” parece ser la única salida de un sistema que se resquebraja. Para mucha
gente será la respuesta lógica a un tecnocapitalismo que deja patente el total agotamiento de la
civilización actual.
En lo político, estamos presenciando una lucha sin cuartel de la burguesía
conservadora por imponer su agenda tecnofascista. Esta busca construir un relato que culpabilice de
la decadencia de la civilización burguesa al feminismo, a los migrantes, al ecologismo, a la
comunidad LGTBIQ+, a los avances sociales, o, incluso, a las instituciones liberales tradicionales
que ellos mismos han erigido o de las que han participado durante décadas. Muchas personas,
incluso una parte de la clase trabajadora (sin conciencia de clase), se dejan seducir por ese mensaje
al ver desvanecerse el sueño de la plenitud vital que les prometía la sociedad de consumo: una
casita, un coche, unas vacaciones en la playa o en una ciudad de moda sobre las que edificar una
blanca y heterosexual familia feliz.
En este contexto, las facciones de la burguesía liberal que pretendían edificar un capitalismo verde
se encuentran en una situación cada vez más débil. La solución de convertir la transición ecológica
en un lucrativo negocio que salvase el planeta y posibilitara un “Green New Deal” parece perder
adeptos. Para sorpresa de los más ingenuos, estamos viendo cómo abandonan sus filas los grandes
magnates de la tecnoburguesía que se suman sin ningún pudor al tecnofascismo.
Independientemente de quién lo defienda, pensar que la crisis climática puede salvarse con más
tecnología no parece corresponderse con lo que nos enseña la experiencia. A lo largo de la historia
de la humanidad hemos visto que siempre se ha contaminado más cuanta más tecnología ha
necesitado una comunidad o un grupo social determinado.
¿Qué debe hacer la clase trabajadora en esta situación histórica? Desde luego, no permanecer pasiva
como un mero espectador. Esta tensión política actual entre los dos modos de administrar la
depredación capitalista consume nuestras vidas, la de los trabajadores y trabajadoras: la
privatización de las pensiones para convertirlas en un lucrativo negocio, la explotación de la
vivienda para exprimir hasta límites inaguantables a las clases populares, el deterioro de los
servicios sanitarios para empujarnos hacia seguros privados de mierda, la subida de los precios de
productos básicos mientras las multinacionales viven una orgía silenciosa de beneficios récord, son
solo algunos ejemplos.
Por otro lado, vemos que nuestras duras condiciones materiales no son el
único problema en unas ciudades neoliberales cada vez más hostiles (llenas de asfalto, turistas y
soledad) que quiebran nuestra salud mental: el ocio alienante bien en sus nuevos formatos (Tiktok,
Instagram, etc.) o en sus formas tradicionales (fútbol), la cultura de vaciamiento de la vida a través
de la reducción a la categoría de espectáculo (desde la política hasta la cocina), el miedo
teledirigido (al okupa, al migrante), la automatización de la vida, etc. Todos estos factores y muchos
más, hacen que la brutal artificialización de la existencia se haga insoportable. El capitalismo
postindustrial parece querer devorar la vida humana y el planeta al mismo ritmo. La crisis climática
es la mejor muestra de ello y la dana de Valencia que segó más de 200 vidas parece ser el
preámbulo de un futuro cuyo guion tenemos que cambiar. Es el momento de que las trabajadoras y
trabajadores demos un golpe sobre el tablero y reescribamos las reglas del juego. Nuestra
contribución en el pasado ha sido fundamental para lograr avances sociales, hay que tomar impulso
para socavar los pilares de la opresión en todas sus vertientes y construir sobre sus escombros un
mundo nuevo donde no quepan las relaciones de dominación.